LA INFINITUD HORIZONTAL
Paisajes internos en la obra de Marcela Jardón
Por: Ángel Alonso
Un paisaje es, dicho de manera sintética, la visión alejada de un espacio amplio bajo el cielo. Sin desatender este abreviado concepto podemos discernir entre dos tipos fundamentales de paisajes: en el primero, el más convencional, el espectador observa desde un mirador, desde un edificio o a través de una ventana (y los bordes de un cuadro constituyen esa ventana) lo que ocurre en el espacio exterior, pero hay otro, en el que mira hacia dentro para encontrar un espacio mucho más grande que el que puedan ver sus ojos.
El primer paso lo dio Claude Monet con Impresión del sol naciente, a partir de ahí la mirada del artista comenzó un camino de introspección, alejándose cada vez más del modelo. En los paisajes de Marcela Jardón (Buenos Aires, 1964) no encontramos árboles ni montañas pero sí sugerencias, tratamientos de texturas que recuerdan a la tierra, verdes masas de color que se identifican con la hierba, son un híbrido entre lo que pasa fuera y lo que pasa dentro.
A veces algún espectador ha reconocido una específica zona del mundo en una pintura suya, y la artista, flexible y cuántica, abierta al campo de todas las posibilidades, ha asumido como título la interpretación del espectador. Marcela, como Sócrates, sabe que nada sabe, y es esa posición de humildad la que condiciona su constante aprendizaje.
Estamos ante una obra muy táctil, si no fuese por el tema de la conservación -y aquel tabú museístico que concibe la obra de arte como objeto sagrado-, lo primero que debería hacer el espectador sería tocarla, porque puede ser tan importante en ella una rugosidad como lo liso de una textura brillante.
Puede que lo más determinante, lo que más nos trasmita información en una pieza de arte, sean sus materiales. Quienes más conocen realmente las obras antiguas son los restauradores, que como arqueólogos detectan sus sustancias, que tienen licencia para tocarlas y reconstruirlas imitando la acción original del artista con sus instrumentos. Una obra de arte se construye con materiales (incluso las más conceptuales) y la forma en que se manipulan los mismos es la huella de las decisiones y los pensamientos de un artista.
Cuando los críticos, investigadores e historiadores, se acercan a una obra y escriben sobre ella suelen hablar de su lectura a partir de la imagen; incluso si se trata de una abstracción se describe un resultado visual, aquello que se ve, pero conocer el proceso, el modo en el que se ha accionado, el uso específico de los pigmentos -en el caso concreto de la pintura-, tiene más importancia para desentrañar sus contenidos que la imagen misma.
Es por eso que un cuadro no se puede contar, hay que verlo, sea abstracto o figurativo. ¿Cómo describirte un Mark Rothko por teléfono? ¿Cómo podrías sentir algo si te cuento que se trata de una masa de color rojo con bordes difuminados sobre fondo blanco? Y en el caso de la figuración… si te digo que tal pintor plasmó en un lienzo una manzana sobre una silla, podrás representártela de tantas formas que será imposible que coincidas con su imagen. Marcela Jardón es una de aquellas artistas en las que acercarnos a sus procesos nos dará las claves más importantes de su obra.
Cuando hablo de acercarnos a sus procesos significa que no es suficiente con visitar su elegante página Web, es cuando vemos en vivo y en directo sus texturas, sus masas de color y aquellas sutilezas que no salen en las reproducciones titilantes de la pantalla, cuando verdaderamente nos damos cuenta de qué se trata.
He debatido con Marcela con respecto a si esta obra es abstracta o figurativa, pienso que aunque la tendencia generalizada apunte a definir esta obra como abstracta sólo lo es parcialmente, porque la abstracción tiende a oponerse a la asociación con lo real, y el solo hecho de nombrar paisajes a estos cuadros conduce al espectador a asociar las imágenes con la realidad circundante. La artista defiende otro punto de vista y manifiesta que todo es, en principio, abstracto:
«Es abstracto, porque en el origen, las cosas, las ideas, y todo, está en un campo indeterminado (cuántico) de posibilidades de manifestarse»
Y tiene razón, porque una cosa es el abstraccionismo como movimiento y otra muy diferente el concepto de abstracción en sí mismo, y es por eso que manifiesta ser una pintora abstracta, pero no porque pinte formas no reconocibles sino porque considera que todo arte -hasta el más figurativo- es, en el fondo, abstracto:
«Porque una imagen es una percepción neurológica de un individuo particular, modificada, influida, filtrada por sí mismo (sus sentimientos, sus percepciones, sus asociaciones, su química, sus creencias, sus traumas, sus valores, su historia, su educación, sus limitaciones, sus puntos ciegos, en fin, toda su particularidad), que sufre variaciones, cuando ese individuo intenta plasmarla, manifestarla fuera de su percepción.»
A veces el grafismo de su escritura está presente como parte de la construcción de sus paisajes, en ocasiones las palabras están concebidas como formas plásticas, como abstracciones que en algunos casos pueden sugerir vegetación, árboles, rocosidad u otros elementos de la realidad.
Si en su serie Mar, por ejemplo, los accidentes de las transparencias que se superponen sugieren olas, en Paisajes Aéreos los pigmentos se presentan compactos, dominan las grandes áreas de color y los empastes; si en su serie Landscape las divisiones entre planos nos remiten a la línea del horizonte, es en Mutando que acciona como un arqueólogo que desbasta por capas la piedra hasta encontrar, tras cuidadosas excavaciones, el objeto preciado.
Marcela Jardón es la demostración de que una pintura verdaderamente espiritual nada tiene que ver con devociones ni religiones, su investigación plástica se dirige a su experiencia interna, en ella vuelca todas sus inquietudes, filtra sus emociones sin dejar que la mente, que el discurso racional, monopolice su trabajo. Sus «paisajes» los realiza bajo una especie de meditación, en la que se desprende de casi todo dejando lo más esencial.
Si rasgamos ese velo de las clasificaciones al que nos ha condenado nuestra educación, si nos desprendemos de lo binario, de la artificial oposición entre el día y la noche, entre el blanco y el negro… y penetramos en esa raja entre dos mundos de la que hablaba Carlos Castaneda, podremos ver con claridad la esencia de esta obra, mixtura de materia y espíritu, constatación de la unidad de los opuestos, prueba irrefutable de la continuidad entre el día y la noche, de los matices entre el blanco y el negro y de la infinitud del pensamiento cuando un artista, lejos de enclaustrarse en un modo de hacer repetitivo, investiga al máximo las amplias posibilidades de los planos de color y la infinitud de una línea horizontal.
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FLOATING LANDSCAPES (Interdimensional maps)
Si entendemos el espacio-tiempo como una dimensión indivisible y decimos que el tiempo no existe, entonces, el espacio tampoco existe.
el paisaje se ha vuelto algo abstracto.
la mayor parte del tiempo experimentamos los paisajes en la mente. Tenemos la idea de un paisaje,
la imagen de un paisaje, el recuerdo de un paisaje.
la percepción nos invita a la vez que nos limita a la idea de paisaje.
M.J. Barcelona, 2017
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